domingo, 12 de enero de 2025

Libérer les lieux

 


Foto: Página/12

Por Jabond

 

Aquí estábamos, como nos habíamos preparado desde hace meses. Era la hora,  ni un minuto mas debía posponerse. Todo dependía exclusivamente de nosotros.

No sabíamos si la misión iba a tener éxito pero simplemente la añoranza de volver a esas épocas donde éramos libres , donde aquellas rejas no se interponían entre nosotros y en nuestra libertad era todo el combustible que nos movilizaba.

Sabíamos de lo que estaba pasando ya hace muchos años. Cuando, uno de los primeros grandes, el grupo de parque Rivadavia, cayo tras las rejas  e ingenuamente pensamos que allí se terminaría, pero no. Luego continuo por otros grupos pequeños hasta que finalmente cayo el grupo de Parque Centenario. A aquel le habían hecho una emboscada, utilizando un viejo colectivo que parecía estacionado, desde ahí salieron distintos grupos de guardianes que finalizaron y terminaron dejándolos tras las rejas. Caído Parque Centenario rápidamente fue cayendo el resto. Prácticamente todos eran encarcelados.

Esto sucedía frente a aquellas parejitas que aprovechaban la noche para encontrarse en un recurrente encuentro de amor pero desde el encarcelamiento esto ya prácticamente había dejado de existir.

Sin embargo, algunos pudieron resistir como fue el caso de Devoto, donde si bien el intento de encarcelarlos fue importante, incluso con varias dotaciones de guardianes, la férrea resistencia fue tal que no pudieron. Aunque, como un asedio, están constantemente rodeándolo para ante el primer descuido ponerlos tras las rejas.

Han sido varios años de estos encarcelamientos, y es así que nuestro grupo tomo la determinación de por lo menos intentar poner un corte o por lo menos mostrar el descontento. Era, aunque sea, intentar liberar a todos estos grupos y poder volver a disfrutar de aquella libertad de antaño sin una reja que se interponga entre uno y la vereda, volver a sentir ese aire de libertad, ya basta de encierro.

Recuerdo como empezó todo, cuando poco a poco cada uno se fue topando con las rejas , el encierro y como un boca en boca inmenso nos fue juntando y nos fue llevando a tomar la determinación que hoy vamos a ejecutar. Liberarnos o por lo menos intentarlo, pase lo que pase.

La hora determinada estaba por cumplirse, en breve actuaremos, nadie sospecha nada mientras enfrente vemos un señor mirar por la ventana, como esperando algo o como si supiese que algo iba a ocurrir.

Una hora antes del amanecer actuaríamos con toda velocidad, de apoco íbamos viendo como cada grupo ocupaba sus posiciones, el entuerto se produciría pronto. De repente, una luz azul comenzó a rodearnos, nos descubrieron pensamos, quedémonos quietos quizás no nos lleguen a ver. La luz iba iluminando todo el lugar de manera parpadeante, que íbamos a hacer nos descubrieron, nos quedamos congelados, pero al final la luz siguió su curso. Los guardianes no sospechaban nada.

Fue ahí que la hora había llegado, se escuchó de repente la señal y era la hora de actuar, rápidamente salimos todos y con nuestras herramientas decidimos poner fin al encierro , ya era suficiente el que sufríamos en nuestras casas, en las escuelas, en nuestros trabajo como además sufrir el encierro en las plazas y fue  ahí que rápidamente desatando nuestra furia como si fuera un poderoso  huracán, en menos de 10 minutos las rejas que encerraban al parque volaban por los aires y como trofeo tomando partes del enrejado los alzábamos y gritábamos ¡¡libertad!! Fue ahí cuando rápidamente cayeron los guardianes con sus luces azules y comenzaron a perseguirnos y nosotros a resistir, se armó un alboroto tal que todos los vecinos salieron a ver que pasaba. Tal fue el escándalo que por más que quisieron no pudieron ocultar en los medios lo que había sucedido y si bien los guardianes lograron sofocar nuestra rebelión a los pocos días otro grupo intento liberar otra plaza.

La resistencia había comenzado ya no permitiremos que nos vuelvan a encerrar que nos enrejen las plazas, para encerrar nuestras mentes para perder ese espacio de espontaneidad y libertad que esos lugares permiten y nuevamente las parejas volverían a sellar sus historias de amor en la nocturnidad de aquellas plazas libres.

IA

jueves, 9 de enero de 2025

La estatua viviente

 



Por Jabond


Justina era de una aristocrática familia de Buenos Aires de fines del Siglo XIX. Como toda mujer de clase alta desde muy niña fue educada por institutrices, quienes preparaban desde pequeñas a las mujeres para en un futuro ser excelentes esposas a cargo de las tareas del hogar y el cuidado de los niños. Aunque, en esa época, producto de las ideas de la ilustración, en las clases altas, quienes delegaban en los criados las tareas domésticas, se acompañaba dicha preparación con una formación intelectual y cultural acorde al status social. Por tal motivo, a las tareas del hogar ( mas bien el ordenamiento de los criados) se les solía acompañar el aprendizaje de instrumentos musicales(como el piano) y el francés, entre otros aspectos. Una formación realmente estricta pautada cronológicamente, en donde cada hora del día estaba dirigida a una tarea.  A determinada hora tenía que estar lista para el desayuno, luego para las clases de piano, después la lectura, un tiempo de descanso y así con el resto de las tareas, día a día, mes a mes y año a año hasta convertirse en una mujer y casarse con algún hombre a la altura de dicha clase social.

Sin embargo, Justina ante tan predecible final, con un espíritu rebelde y libre que emanaba de su vitalidad, solía resistirse a cumplir dichas tareas o en todo caso abocarse solamente a las que a ella le gustaba: como la lectura y los universos que aquellos libros abrían a su imaginación. Algo, muy resistido por su madre aunque alimentado por su padre quien, a escondidas, le hacía llegar alguna novela de Julio Verne o revista científica de aquellos años. Lo que más de una vez le significó que su esposa no le dirigiera la palabra por días, nada personal si no que era lo que consideraban que era lo mejor para su hija.

                Fue así, que una noche a escondidas de su madre, cuando algo inesperado ocurrió, ya que por esas cosas de la vida leyendo dichas revistas encontró en un pequeño apartado que existían cursos de literatura en Paris, mas específicamente en la Universidad de La Sorbona. Algo que, desde que lo leyó, no le permitió sacarlo de su mente y ya siendo una señorita lo llevo a sus padres, lo cual genero un revuelo en toda la familia y el rechazo absoluto a la propuesta e incluso semanas en donde no hubo palabra entre padres e hija.

Situación que buscó desalentar las ideas de Justina sobre el viaje, cuestión que actuó de manera contraria. Ya que, la negativa, fomentó las ganas de hacer ese viaje en Justina. Esto generó el uso de todos los medios de su imaginación para insistir sobre el viaje a Paris, incluso llegar a escribir papelitos en todas las paredes y puertas de la casa pidiendo por el viaje.

Esta situación duró varios días hasta que, finalmente, cansados de tanta insistencia sus padres terminaron cediendo ante Justina pero, con una condición que después de que finalizara el viaje a Francia, sin chistar, regresaría a casa y continuaría con sus preparativos hogareños. Algo que fue entendido por la joven que, aunque ella no supiera quien, posiblemente tuviera un pretendiente, un esposo, y su matrimonio se concretaría a retorno. De todas formas, estaba feliz por haber logrado el viaje.

Es así que una mañana de febrero con una densa niebla, de esas que luego abren paso a un día soleado, Justina partió en barco a Francia. Allí se embelleció con la Belle Epoc, los círculos de escritores, la Torre Iffel, la majestuosidad del Louvre con su cuadros, sus laberintos de enredaderas, fuentes,  estatuas y el encanto que ofrecía el Paris de principios del Siglo XX.

Sin embargo, mas allá de la majestuosidad de aquella Paris y de los paseos e incluso de las amistades que pudo generar en el campus, nunca pudo superar cierta nostalgia, desapego entre los afectos, o la distancia del hogar en Argentina. Nunca entendió el por qué si era el frio trato de los compañeros, el destino que inconscientemente la esperaba, extrañar a sus padres y hermanos, o qué pero había una falta que no podía quitarse. Hasta que una un día eso cambio.

Una tarde en los bazares que se encuentran alejados del Palacio del Louvre cerca de las ruinas de la Bastilla, recorriendo un almacén lleno de objetos extraños traídos del oriente,  se encontró con un pasillo lleno de estatuas de un color blanco brilloso. El blanquecino de las estatuas y la perfección del tallado la dejó hipnotizada, aquellas figuras de mármol parecían personas reales ordenadamente puesta en fila, cada una era de un tallado casi real hasta que se detuvo a ver detenidamente una estatua. Algo le llamo la atención, quizás su realismo o el brillo, pero lo que no se esperó es que esta le hablase, cuestión que le genero un susto que, grito mediante, la hizo caer sentada en el piso. ¡Una estatua viviente!, que era eso, bueno no necesariamente.

En realidad, se trataba de Matilde, una joven Parisina que le tendió una broma a Justina y que nunca imaginó el tamaño el susto que logró asestarle. Aunque, rápidamente pero riéndose y pidiéndole disculpas, la ayudo a levantarse. Si bien, esta broma no le agrado para nada a Justina, ella acepto sus disculpas y luego de algunos encontronazos iniciaron una agradable charla que fue el inicio de una gran amistad. Tal fue así que prácticamente todas las tardes después de los estudios Justina se dirigía al bazar a encontrarse con Matilde. Con ella fue conociendo cada uno de los rincones de la ciudad, no había plaza o rotonda que se les escapara, aunque lo que siempre le llamo la atención después de un tiempo es que, mas allá del recorrido, siempre era el mismo punto de encuentro. Algo extraño, aunque nunca se lo había preguntado. Hasta que finalmente se lo propuso. Sin embargo el problema fue que cuando decidió ir a preguntarle se había dado cuenta que dentro de pocos días debía volver a Buenos Aires y que nunca le había contado a Matilde, es decir no tenía sentido perder el tiempo en aquella absurda pregunta.

Finalmente llegó el día, tenía que volver a Buenos Aires y las amigas se tenían que separar. La despedida entre Justina y Matilde fue desgarradora, donde cielo y tierra se separaban mediados por un fuerte abrazo inolvidable y con la angustia de nunca más volver a encontrarse, es más fue tal la conmoción que generó el olvido de preguntarse en cómo seguir conectadas.

La vuelta a Buenos Aires encontró a Justina, casi desde el puerto, con la recepción de un joven, amable y muy guapo, que evidentemente sería su esposo, pero del que nunca estuvo dispuesta aceptarlo, por lo menos en su interior. Aun así, se realizó su boda y tuvo una luna de miel por el mundo que duro dos años.

En aquel viaje un día mientras recorrían Londres, fue a caminar sola para conocer algunos museos de la ciudad hasta que de repente mientras caminaba por los alrededores de la abadía de Westminster se detuvo a ver una estatua que descolocada de los jardines que rodeaban al palacio real.  Era una figura de mujer que le resultó familiar, al cual mas familiar le resulto que era Matilde. Ella estaba actuando de estatua viviente lo último en obras artísticas de la época, donde una estatua que jugaba con el paso del tiempo como deteniéndolo, aun así, el encuentro y la obra no pudo frenar el fuerte abrazo y la alegría de volverse a ver.

Matilde le conto que ha escondidas continuaba con sus estudios y buscaba continuar con lo que le gustaba, el arte. Por su parte Justina, quien no quiso contar su casamiento le indico que en realidad se encontraba de paseo por Londres y que a la mañana siguiente partiría. Es así que quisieron mantenerse comunicadas esta vez por medio de cartas. Fue allí que ambas intercambiaron direcciones para poder comunicarse. Sin embargo, algo extraño le paso a   Justina ya que se dio cuenta que en su jornada en Paris Matilde no vivía muy lejos de su estancia en la Sorbona, cerca de la Via de Malesherbes, pero nunca se la había cruzado.  Finalmente, no le importó, ya que podría estar comunicada con su amiga, tenía la dirección.

Más allá de su alegría y euforia inicial, se dio cuenta que el papel donde había escrito la dirección estaba borroso, no se podía leer con claridad. Fue allí que busco direcciones parecidas, según lo que recordaba, para enviar cartas: primero una vez por día, luego a la semana, al mes, cada dos meses hasta que finalmente desistió. El destino las había desconectado nuevamente.

Pasaron unos años, Justina, todavía sin hijos, permanecía la mayor parte del tiempo en su casa frente al río acompañada de sus criados, ya que su esposo se encontraba la mayor parte del tiempo viajando por trabajo.

Fue así que una tarde de verano, cuando para distraerse decidió suplantar a su criado en la recolección de la correspondencia y , para su sorpresa, encontró una carta de Matilde, que decía que iba a estar en Buenos Aires y que la visitaría en su casa. Sorprendida, la vio dos veces y con una alegría contenida, pero como una niña que le esconde algo a sus padres, guardo la carta donde no pudiera ser encontrada y les pidió a sus criados que durante una semana no estén en casa, les daba el día libre y un jornal para que no volvieran hasta que pasaran dichos días.

Es así que finalmente Matilde, un lunes de fines de verano, llego a la casa de Justina y juntas comenzaron una semana inolvidable. Ambas paseaban juntas todo el tiempo y disfrutaban de la bella costa del rio las noches estrelladas que se veían desde los ventanales de la alcoba de Victoria y las tardes rojizas, cuando comenzaba el ocaso, en el jardín donde Matilde a modo de broma hacía de estatua a modo de recordar sus accidentados encuentros, como aquel que hizo que dos almas que nunca nada las separaría.

Pero algo cambio todo, una tarde de manera inesperadamente el esposo de Justina volvió a casa. El, al no encontrar en la puerta alguno de los criados que le abriera comenzó a gritar llamando hacia el interior, sin encontrar respuesta.

En el interior Justina al escuchar el ruido quedo atónita ante tan inesperado suceso, es mas, le hizo recordar que nunca le había contado a Matilde de su casamiento, tal es así que cuando miró a Matilde y abrió su boca para explicarle quedo muda frente al frío rostro de Matilde quien, con un gesto sorpresivo, pero también de tristeza miro a Justina a los ojos, y aceptándolo dolorosamente, en silencio, se retiró por el jardín. Momento seguido, entró su esposo con una expresión miedosa al no haber encontrado respuesta de nadie al ingresar y exclamo:

-¡Justina!- al fin, ¿ocurrió algo?, no hay nadie en la casa

- Justina, luego de unos segundos respondió- no ocurrió nada es que quise estar sola y le dije a los criados que se tomen unos días de descanso.

Su esposo, se relajó y dijo - ah menos mal- Luego miró a Justina, quien parecía compungida, y la abrazo. -Disculpas, disculpas por otro de estos largos viajes, hare todo lo posible para que sean mas breves. Me alegro que no haya pasado nada.

Luego de estar abrazos unos minutos- el esposo le dijo: ven acompáñame te he traído un regalo

Mientras caminaban hacia la entrada y el ultimo rayo de sol se esfumaba el esposo iba pensando preocupado de lo que había pasado recientemente mientras atrás de él con un rostro triste lo seguía Justina, sin notar o negar la mirada triste de la estatua de una bella mujer de color blanquecino,  y que por la noches de verano cuando cae el sol parece nuevamente cobrar vida, en la soledad de los jardines de la casa de Justina.

IA