Por
Jabond
-Otro día más en
la mina sacando piedras rosas para nuestro patrón. Si bien la revolución nos liberó
de los españoles, estos gringos han ocupado su lugar. Pensar que esta piedra
rosa era sagrada hace antaño y ahora nos esclavizan para sacarla de la montaña.
-Si bien la
paga es poca, no es eso lo que me da rabia. Si no el hecho de que todos los
días hay accidentes y mueren trabajadores como yo. Y, el diario, que, es de los
dueños de la mina, no hace ni una pequeña línea de mención en recuerdo de los
fallecidos. Algunos, ni siquiera reciben entierro ya que se quedan sepultados bajo
las rocas.
-Pero esto se va terminar esta noche. Esta
noche realizaré mi venganza, aunque sea para aplacar la bronca. Lo haré en
venganza de los caídos, que a veces me hacen pensar que estoy loco. En
especial, cuando escucho sus voces en la mina pidiéndome ayuda.
-Solo con estos
elementos un poco de dinamita, que guarde, y un poco de ese aceite extraño que
han traído de la ciudad, lograré mi cometido.
-Y así fue que,
esa noche en Minas Capillitas, mientras todos dormían, un fuerte estruendo y
una gran llamarada, que iluminó la noche, despertaron a todo el pueblo. Al apagar
el incendio, solo quedaron unos carbones encendidos de lo que era el diario del
pueblo.
-Pero más
sorpresa se llevaron, cuando al día siguiente fueron a la mina y esta había
sido detonada. Todas las galerías habían quedado sepultadas bajo escombros, y a
lo lejos una piedra tallada que decía: “Aquí yacen los mineros del Valle y
tantos otros trabajadores solo conocidos por Dios”. Ya nadie podría seguir
extrayendo el mineral y los trabajadores caídos descansarían, al fin, en paz en
el corazón de la montaña.
-Lo más curioso.
Es que nadie noto, que también esa noche, mientras todo ocurría, varios
caballos escaparon de sus establos. En
uno de ellos, cabalgando a toda prisa, el minero con una sonrisa, burlona y sin
rumbo, dejaba atrás el pueblo sabiendo que había logrado cumplir su venganza,
había logrado al fin un acto de justicia.
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